Capitulo completo pinchando aquí


Sinópsis


Este capítulo describe a través de los propios organismos de cooperación locales como transcurre la vida en Palestina y como los Check point militares y el muro que fractura su paisaje, han modificado perversamente el cuadro Geográfico, social y económomico de los territorios ocupados. Son los campesinos los mayores perjudicados. Las dificultades para cultivar la tierra y acceder a sus recursos naturales, fundamentalmente el agua, comprometen la seguridad alimentaria en toda Palestina.




Guión


Entramos a Ramallah por Jerusalén, la Ciudad Santa de entrañas perforadas por cuyos callejones sagrados, desde hace miles de años, ha corrido más sangre que lluvia. Un laberinto de odio y Fe.


Hemos cruzado el check point vial de Ramallah, sin ningún problema, ni siquiera desenfundar el pasaporte, porque el taxista árabe que nos acompaña tiene nacionalidad israelita y eso significa vía libre: Palestina es suya. Del otro lado una larga cola de coches desvencijados  esperan su turno con estoica incertidumbre. Algunos pasarán la frontera de Calandia y otros tendrán que dar media vuelta.  Por el contrario, nosotros, llegamos a los territorios palestinos como Pedro por su casa sin todavía sospechar que penetrábamos en la prisión más grande del planeta. Una cárcel al aire libre de unos 1.200 kilómetros cuadrados. Toda Palestina está estrangulada por el muro que ha fracturado el territorio en cuatro partes imposibles de transitar para los propios palestinos: Cisjordania del Sur, Cisjordania del Norte, Jericó y Gaza, dos islas sobreviviendo en un mar de alambradas y la misma ciudad Santa, Jerusalén, prohibida para la inmensa mayoría de los palestinos aunque forma parte de su destino. 


A pesar de ello, en los lindes de las carreteras, junto a los bloques de hormigón y las vallas electrificadas, están floreciendo delicadamente los almendros, frágil metáfora de una primavera palestina que nunca llega. 


Ponemos rumbo al valle de Jenin, en el norte de Cisjordania,  el milagroso granero de Palestina. Es allí donde la ONG Cerai ejecuta su proyecto de cooperación al desarrollo con la PARC. Los asentamientos israelitas salpican las laderas de las montañas. 400.000 colonos habitan en los territorios palestinos. Lo que hay en la trastienda de esta sin razón es más estratégico y codiciado que el petróleo. Se trata del agua, un recurso natural vital para  el desarrollo de ambas naciones.


La PARC es una organización no gubernamental palestina, dedicada en cuerpo y alma al desarrollo rural pero es también, a sus pesares, una organización de ayuda humanitaria. Cuando hay toque de queda en las ciudades o el bloqueo comercial es tan brutal que por ejemplo en Gaza, el 80% de sus habitantes viven por debajo de los umbrales de pobreza, con menos de un dólar por día,  la PARC distribuye productos agrícolas en los centros urbanos donde se concentra la inmensa mayoría de la población y ya son muchas bocas que alimentar.


Antes de marcharnos de la zona recorremos lo que fue el campo de refugiados de Jenin, un vivero de terroristas para los israelitas. Durante la ofensiva militar del 2002 se convirtió en un cementerio de escombros y duelo. Esperábamos encontrarnos un monumento a la desolación pero el campo de refugiados ha resurgido de sus cenizas y es ahora un barrio moderno recién construido con fondos de Dubai. La capacidad de los palestinos para remontar la adversidad parece infinita.


Atardecía cuando salimos de Jenin. A pocos kilómetros de la ciudad el check point militar de Annaba provoca un descomunal embotellamiento, es uno de los puntos de control más férreos de Cisjordania. Salir de Jenin no es tarea fácil. Es sencillo imaginar que esta violencia larvada y humillante a la que son sometidos los palestinos, día tras día, estalle sangrientamente en cualquier momento y que un conductor que sufre cotidianamente esta presión pierda los nervios y ataque un check point militar.




No vi la luna en RAMALLAH

Está enterrada en La Mukata

con el cadáver sagrado

de la Autoridad Palestina

Papel mojado

en este valle de lágrimas.


En la cripta del profeta

dos estatuas con metralletas

custodian el silencio de las flores

Y en la caverna del cielo

le suplican a la luna amortajada

que regrese del averno,

que la oscuridad es muy fría,

y las sedas de las viudas hielan

Hay tanto que alumbrar en Palestina.


Desde el Monte de las Tentaciones de Jericó, se vislumbra la conmovedora belleza del Valle del Jordán, un viaje a los orígenes de la memoria con melodías bíblicas como rumor de fondo. Desde el oasis  llega el perfume de la reina de Saba suavizando los desiertos del rey Salomón.  Los versos del Cantar del los Cantares mecen la tarde en los palmerales milenarios y una línea suave de brumas azuladas perfila el horizonte. Es el Mar Muerto, enterrado a cuatrocientos metros por debajo del nivel del mar. Las aguas sobre las que flotaron los pescadores de almas, están vedadas para los palestinos.

Hay un complejo turístico en las orillas de las aguas muertas. Es un negocio israelita. Inexplicablemente hay un cisne en la bahía. Podría ser de plástico, atrezo de un ser vivo en estas aguas muertas pero el cisne blanco  desliza  su elegancia hasta el objetivo de la cámara. Ese cisne es Nasser, dos seres solitarios y extraños, ajenos al decorado de esta realidad virtual y cruel.


Nasser tiene una de las miradas más tristes que he visto en mi vida. Una hondura angustiada recorre sus silencios. Hace cinco años, cuando su madre fue a visitar a su tía en un pueblecito cercano a Nablus, el ejército israelita irrumpió en la vivienda de madrugada y detuvieron a un primo suyo presunto activista de Hamas y con él a varios familiares y a su madre. Lleva cinco años encarcelada sin ninguna garantía judicial. Como ella 13 o 14.000 palestinos marchitan sus esperanzas y las de sus familias en las lúgubres prisiones israelitas a cargo de la justicia militar. La madre de Nasser apenas conoce a su hijo pequeño de siete años que sólo puede visitarla cada seis meses,  en una maratón emocional de cuarenta y cinco minutos tras un grueso cristal. Ese niño no conoce el olor y el abrazo de su madre.


El viernes es el día santo de los musulmanes. Sin apenas tráfico ni viandantes las calles vacías exhiben un letargo gris y silencioso. Es entonces cuando las fachadas de los edificios hablan de la tragedia palestina y de sus muertos. Los carteles con los rostros de los mártires han quedado fosilizados a jirones en las tapias y muros de la ciudad. Son imágenes que golpean brutalmente la mirada y meten un frío patibulario en el cuerpo, el gélido terror que acompaña la violencia. Retratos de jóvenes que van a abrazar la muerte como en una fotografía nupcial y que ya están muertos, decoran está galería de sombras y ceniza.


Solemos pensar que el conflicto no tiene remedio, pero al llegar a Palestina descubres que es una tierra vibrante con una población culta y cosmopolita donde la vida fluye con singular armonía.

En el centro de Ramallah, durante la mañana, las calles son una amalgama de los sentidos, un hervidero de gente que entra y sale de los mercados con la compra del día.

Son muy hermosas las frutas palestinas, las auténticas joyas del Valle del Jordán. Estallan en la intensidad de sus colores y la sensualidad  de sus formas. Pudimos ver en sus campos e invernaderos como los campesinos palestinos las cultivan con orgullo. Ese es su tesoro.


Tic-Tac”/pasa la vida” quizá esa es la esperanza. Nada se ha detenido en Palestina y la tarde discurre apacible en el Café Árabe de Ramallah donde los hombres beben café y juegan a los naipes. El humo espeso y dulzón de las pipas de tabaco envuelve la aparente calma de una tarde festiva del viernes pero una extraña sensación de que quizá una sola cerilla  prendida podría hacernos estallar por los aires flota en el ambiente. Los palestinos viven con esa tensión permanente.


El único paisaje en Calandia es el interminable muro de hormigón que ocupa toda la mirada. Entre las monolíticas torres de vigilancia se despliega la frontera, un laberinto de rejas azules, alambradas, puertas giratorias tubulares, scaners y cámaras de vigilancia.

Del otro lado Alcatraz no desaparece, esa es la condena que también padecen los israelitas. Cogimos uno de los pequeños autobuses de línea que transporta a los palestinos hasta la Jerusalén árabe. Dicen que la construcción del muro se ha detenido pero no es cierto, pudimos comprobar como las excavadoras están perforando la zona donde se ubican las comunidades árabes. Los cimientos del muro que dividirá Jerusalén en barrios de odio ya están echados.


La vieja Jerusalén es uno de esos lugares mitológicos que hunden su huella en la memoria. Atravesamos la legendaria muralla por la puerta de Jaffa. Fue como introducirse en el insondable pozo de la “Historia”. Seguimos el rastro secular de las sandalias de los franciscanos por los vericuetos del barrio cristiano. El patriarca de Jerusalén iba a celebrar misa romana en el Santo Sepulcro, el lugar de culto y peregrinación más antiguo de la cristiandad. Penetrar en el Gólgota como lo llamaron los arameos y que significa Calavera es recorrer de un golpe en la memoria dos mil años de fe. Al ver a los peregrinos rendidos en lágrimas y deseos por cumplir sobre “La piedra de la Deposición”, el lugar donde reza la tradición el cuerpo de Jesús yaciente fue preparado para su enterramiento, es imposible no sentir que la leyenda tiene vida. Esa emoción intensa y atávica que desprende El Santo Sepulcro se hace extensible a toda Jerusalén. El enclave con más lugares sagrados del mundo.


Frente al “Muro de las Lamentaciones” los hebreos también procesan su fe con ferviente devoción. Ante lo que consideran los últimos vestigios del Templo de Salomón, elevan sus suplicas para que Dios vuelva a la tierra de Israel, regresen todos los exiliados judíos, se reconstruya el templo de Jerusalén y la era mesiánica alumbre la llegada del Mesías judío. Los hebreos han rezado frente a esta muralla durante los últimos dos mil años. Estas piedras sagradas son el testimonio de una promesa hecha por Dios, según la cual siempre quedaría en pie al menos una parte del sagrado templo como símbolo de su alianza perpetua con el pueblo judío.


Nos faltaban por recorrer los mitos del Islam pero nos fueron prohibidos. A las cuatro de la tarde, la Jerusalén oriental y “La explanada de las Mezquitas” quedan cerradas a cal y canto. Metralleta en mano, los soldados hebreos sellan todos los accesos de entrada y salida del barrio árabe. Hay toque de queda para los musulmanes en la Ciudad Santa.

Fue en la Explanada de las Mezquitas donde comenzó la tercera intifada. La puerta del paraíso debía estar cerrada ese día como cerrados están hoy, todos los accesos al barrio árabe de la vieja Jerusalén.


Nos despedimos de Jerusalén desde “El Monte de los Olivos”, el lugar donde Jesús sintió miedo de su mortalidad es hoy un inmenso cementerio que siembra de lápidas hebreas la colina. La ciudad se vestía con la lánguida belleza del crepúsculo regalándonos una última imagen, conmovedora e imborrable de Jerusalén. La fotografía de un sueño de concordia que al llegar el día se desvanece abruptamente frente al muro que estrangula Palestina y la paz. 


 

Check Point